El nombre del barrio proviene del latín Mons Martyrum y significa «Colina de los Mártires». Está asociado con la historia bastante espeluznante del primer obispo de París, Saint Denis. Fue decapitado por los romanos por no haber renunciado a su fe. Después, recogió su cabeza cortada y caminó con ella cuesta abajo, donde finalmente cayó muerto. Tal es la leyenda, pero antes de que se hiciera mundialmente famoso, Montmartre era un pueblo sencillo y tranquilo ubicado en una colina rodeado de viñedos, jardines y huertos. Se construyeron hasta 13 molinos en sus laderas para moler trigo, cebada y centeno. De ellos, solo dos sobrevivieron y ahora personas de todo el mundo reconocen el molino como un símbolo de este fascinante vecindario.

Pero por fin ha llegado el momento en que este tranquilo pueblo cambia para siempre. Gracias a sus numerosos establecimientos de bebidas, vino barato, alquileres bajos y un ambiente específico, relajado y agradable, Montmartre del siglo XIX se convirtió en el semillero al que acudieron muchos artistas de todos los rincones del mundo. ¿Quién puede decir qué fue lo primero? Las salas de baile, los cafés y los cabarets, como Le Chat Noir o el Moulin Rouge, donde las chicas que bailaban el cancán levantaban las piernas indecentemente, o los artistas se sentaban allí y permitían que todo eso sucediera. No cabe duda de que Montmartre se convirtió en el barrio más interesante de París (y quizás del mundo entero) a principios del siglo XIX y XX. ¿Quién no ha vivido, trabajado (bebido, consumido drogas, tenido relaciones sexuales…) allí? Monet, Renoir, Van Gogh, Picasso, Modigliani, Matisse, Degas, Toulouse-Lautrec, por nombrar solo algunos.

Hoy en día, Montmartre atrae a todo el mundo con su colorida historia, anécdotas y escándalos relacionados con la comunidad artística que alguna vez vivió aquí, ¡pero no solo se detiene en el pasado! Sigue siendo uno de los barrios parisinos más interesantes. Un lugar que parece sacado directamente de un cuento de hadas, con sus calles empinadas y sinuosas y sus edificios torcidos cubiertos de hiedra. En casi cada esquina hay una cafetería, restaurante o salón de bebidas en el que querrás parar. No es de extrañar que hasta el día de hoy sea amado tanto por artistas, fotógrafos y directores de cine como por parisinos y turistas que recorren las calles en busca de lugares famosos por las películas de éxito filmadas aquí.

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